top of page

EDIPO REFLEXIONA AL FINAL DE LA OBRA

Almudena Martínez Soler

¿Qué haré ahora si no es por convivir con esta ceguera? ¡Y bien la merezco!

 

Asesiné a mi padre, ¡a mi propio padre!

 

El dolor ahora yace entre mi corazón. Mi alma no aguanta más, ¡los dioses! ¡el destino! ¡esta ceguera superficial! Mas las palabras callan. Sentado sobre un tronco de morera, redacto sobre la mente estos pensamientos puros, que irán a parar, ¿adónde, si no? A las sucias manos y al oído de alguna persona mezquina. Mi dolor, mi culpa.

Yocasta, Tiresias, Layo…tanto enigma que no supe descifrar, ¡cuánta ceguera reinó en mí durante todos estos años! Sin embargo; inevitable. Destinado estaba. Manché mis dedos con las manos de mi propio padre, de la persona que me engendró. Después Yocasta, suicidándose ante mis ojos cansados, cuyo dolor no puedo pronunciar sin escalofrío.  Mi madre, mi propia madre. Cuyo ser me hizo ver la luz al nacer.

Ahora me siento tan vulnerable. Vulnerable por la fina línea del destino; pues comprendo que tan sólo soy un títere inacabado. ¿Qué puedo hacer yo para evitar tales acontecimientos escritos, entonces?

Desafié incluso a la más alta mar y las más humildes tierras. Sin embargo, fue. Todo era tan sólo un tul de mentiras. ¡Y cómo eran de hipócritas!

Desde el principio todo descansaba sobre las piernas del destino. ¿Y por qué a mí? Tan diabólicamente trazado, yo tan sutil mente ingenua.

¿Estaría escrito también cuando decidí arrancarme los ojos? Ya dudo de, incluso, mi existencia. Yo, desafiante, creyéndome audaz, perspicaz y sagaz. Mas tan ignorante. Porque así me sentí al descubrir la verdad tan angustiada. Sentí, en ese instante como un perro mordiendo su cola. Su misma cola. Todo el misterio resultó acabar en mí, produciendo una explosión de fuerzas incontrolables. ¡Tan miserable hubo sido aquel instante en el que la historia se destapó!

El destino, ¡oh grandes dioses nunca más os volveré a desafiar!

Pues ya tengo sobre mí gran temor y culpa. La naturaleza me rodea y, por un momento, puedo sentir paz lejos del oprobio de Tebas y lejos de aquella verdad que me persigue. Los pájaros cantan y, yo no vivo. No tiene sentido el vivir.

¿Qué puedo hacer yo ahora? Tan sólo pensar y pensar. ¿Qué me queda, ahora?

Me queda el infame río que cabalga alegre a mi costado. Quedan la soledad y la indiferencia, la sombra de un rey que fue; hubo sido.

Queda la paz, si bien se le puede llamar así. Ya no sé si es paz, o mi ignorancia que ya florece.                                                      

bottom of page